jueves, 8 de noviembre de 2012

Si me dices ven lo dejo todo... Pero dime ven

>>Desde los siete años me enamoré de esa pasión incontrolable a la que llaman "juego".
>>Aunque yo al juego le he llamado siempre "vida". Vida con azar, porque, ¿la vida no es azar también, joven Dani?
Afirmé levemente. No podía dejar de mirarlo. Sus ojos habían virado del cansancio a la pasión.
-Cuando fui más mayor empecé a jugar al póquer -continuó-. Pero ése era su juego. Jamás podría ser mejor que mi padre. Él me lo enseñó todo, pero nunca lo dominé.
>>Corazones, diamantes, tréboles y picas eran su pasión pero no la mía.
>>Me enseñó una regla básica aplicable a cualquier juego: "Siempre apuesta lo que no necesites". Eso es lo más importante para no arruinar tu vida ni la de los que te rodean... "Jamás lo incumplas, jamás", me suplicó mi padre muchas veces.
>>Con diez años me jugaba la mitad de mi semanada; con veinte años, la mitad de mi sueldo. Pero nunca perdí el control; siempre aposté lo que no necesitaba, el resto era para vivir.
>>También me mostró que el goce de ganar nunca debía ser superior al de perder.
>>Perder puede ser gozoso, pues te hace entender mejor el valor de ganar. Además, con el tiempo, las pérdidas siempre se acaban convirtiendo en ganancias.
Dejó de respirar unos segundos. Fue como si se apagara, pero antes de que pudiera avisar a nadie, continuó como si nada hubiera pasado. Fue tenebroso.
-Busqué durante diez años mi juego. Mi padre aseguraba que todos teníamos uno, aquel con el que nos sentíamos en consonancia y que conseguía que nuestra adrenalina se liberara de una manera totalmente placentera.
>>El póquer jamás fue mi juego, ni el blackjack, ni las carreras de caballos ni las de galgos. Ni tan sólo notaba nada jugando a las quinielas o a la lotería.
>>Hasta que apareció ella y con ella el juego de mi vida...

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