Me encuentro como hacía tiempo que no me encontraba en mi
primera casa. Es de noche, tarde ya. El día ha sido extraño, ha habido un viaje
de por medio (entre otras cosas), y, para colmo, ha llovido. Es más, ya son bastantes días seguidos
en los que no para de hacerlo; pero, por suerte, he caído en la cuenta de que, sin saber cómo, de repente estoy en un punto en el que puedo hacer que los días grises,
tampoco sean tan malos.
A pesar de haber sido un día húmedo y extraño; ha sido
bastante productivo en cuanto a reflexiones. También he sido capaz de ver
algunos detalles que, aun habiéndolos tenido delante de mis ojos, no había sido
capaz de verlos antes.
Supongo que nunca vienen mal estos días. No todo ha de ser
blanco o negro, el gris también es necesario. Y lo es porque existe. Como “artista”
y habiendo realizado varios trabajos prácticos y teóricos sobre el gradiente
del color, puedo asegurar que todo lo blanco puede volverse negro; que lo que parece totalmente oscuro, se
aclara con la mezcla adecuada; y que, el color gris, tampoco es tan malo. Al
fin y al cabo, si existe es por algo. La vida no puede tenernos siempre en un
extremo u otro. Las emociones no han de ser siempre fuertes o débiles, también
es bueno que tengan su punto medio.
Y aquí estoy, sentada en mi sofá con las piernas dobladas
como un jefe indio. Con los cascos grandes y la música baja, con una melodía
lenta y la luz tenue. Tranquila, como mejor soy capaz de escribir. Pero sobretodo e
importante, he de destacar que no estoy sola. Tengo al lado a un ser maravilloso
que mira y no habla, que observa y me sigue, que guarda y demuestra. Un ser que
sin tener la capacidad de hablar, tiene la capacidad de hacer sentir, de
hacerse notar y de crear la compañía más agradable y sincera del mundo. Mi
perro.
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