miércoles, 20 de febrero de 2013

Padres y adolescentes.

Suena el teléfono, una madre preocupada por su hijo. Cruzándose las melodías suena el otro, ahora seguramente sea un padre que quiere saber cuál es el paradero de su hija.
Pero no importa, ninguno de los dos mira el móvil ni activa el silenciador, ambos se dejan llevar al margen de aquello que pretende interrumpir de fondo.
Padres intrigados por la localización de sus hijos, y adolescentes que están volviendo a sentir lo que es el amor.
Un tejado, el atardecer y los cuerpos tumbados boca arriba mirando el mundo del revés, como ellos siempre lo hacen, de forma que nadie más sea capaz de comprender. Sobre sus cabezas una pequeña ventana les permite observar el cielo hasta el infinito.
Siempre falla algo, ahora es el suelo. Frío, como el corazón de un asesino en serie. Pero siempre que algo falla, algo lo contrarresta. Esta vez los besos y abrazos; que son los desencadenantes de aquella pasión. Cálidos, como una tarde de Agosto.
Risas, conversaciones pendientes, disculpas, perdones, caricias, besos, muchos besos. Pero sobretodo ganas, ganas de volver a empezar, de perdonarse, de olvidar al olvido y de dejar de echarse de menos. Ganas de arriesgar, de seguir luchando. Ganas por reconciliarse al fin y al cabo.
Una madre que insiste en localizar a su hijo y un padre que desiste. Mientras, su hijo trata de quererla ahora más que nunca, y ella en paradero humano, se pierde en cada rincón de su cuerpo.

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