domingo, 11 de noviembre de 2012

Casi un siglo de amor perdido, pero sentido.

Recuerdo aún a la perfección aquel momento. Totalmente inesperado. En un gesto por inercia giré la cabeza y lo vi enfrente de mi, al otro lado. Tenía cara de asustado, el rostro pálido, y por la impresión que me daba estaba temblando, igual que yo. No era para menos... Sucedía el primer encuentro desde entonces.
Llevaba meses sin saber nada de él, desde la última carta. Prefiero no contar qué ni como pasó. La situación era cada vez peor, apenas le daban permiso para salir de servicio, y, con el tiempo, irremediablemente perdimos el contacto.
Esa fue después la única vez que volvimos a vernos, y fue tan trágica como el final. La cobardía y los nervios se apoderaron de nosotros, tal que ninguno de los dos pudo pronunciar siquiera una palabra. Yo seguí caminando y él se quedó ahí, tomando un café en aquella terraza y leyendo quien sabe qué.
Años más tarde yo conocí a tu abuelo y emprendimos juntos una vida llena de proyectos que nos llevaron a formar una familia. En aquellos tiempos las cosas no eran nada comparables a como son ahora, y desde el momento en que pronuncié el "sí, quiero" supe que ya nunca más iba a poder rescatar el amor de vida.
Él fue enviado en una de las tropas que pidieron como ayuda para el rescate de Afganistán, lo supe porque leí en un periódico el listado de soldados que iban a marchar y aparecía su nombre. Pero tiempo después, de ese mismo modo, volví a ver un listado publicado para avisar de quienes volvían sanos y salvos y esta vez su nombre no aparecía. Aquel país, y sobretodo aquel oficio, se llevaron la vida de lo que yo siempre había querido.
Setenta y nueve años más tarde me encuentro aquí, sola y viuda en una camilla contando mi historia. Nuestra historia. Sabiendo que él desde algún lugar la está escuchando y en algún momento también la contó. Pues yo había sido su proyecto de futuro que nunca pudo cumplir.

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